Fronzi Agratti es un ser extraño, delgado como un fideo, de caminar a veces gatuno y otras como de cigüeña, pero cuando se siente perseguido anda con el cuello y los hombros rígidos, y mueve los ojos como buho.
Es de boca fina y cabello castaño, creo que usa el color rubio oscuro de Koleston para teñirse. Lo compra a la vuelta de casa, en Pichincha y Rivadavia. Del kiosco de la otra cuadra trae todas las semanas una revista doblada por la contratapa, nunca pude ver cual es. Se desliza procurando no ser visto ni escuchado.
Fronzi Agratti es un vecino de mi edificio, soltero,de unos 55 años, vive con su madre viuda.
Al entrar a su casa se limpia prolijamente 8 veces en el felpudo de la entrada que dice “Bienvenidos”, cierra con 4 candados la puerta, y le prohíbe a la madre que conteste el timbre o el portero, solo está autorizada a responder el teléfono, previo control de la llamada entrante. Si es para él, debe decir que no está. Solo invitan a un tío solterón hermano de la madre. El cartel de “Bienvenidos” en el felpudo de la entrada es una ironía que hasta a él le hace sonreír.
Fronzi Agratti es muy muy muy minucioso, siempre su ropa está perfectamente planchada y apoyada en la misma silla con tapizado verde inglés. Siempre se peina con el cabello corto y con un jopo de los ’60. Viste un estilo clásico inglés envejecido y admira las películas de ese país. Tiene la obsesión de ver 4 películas a la vez, y luego imagina una 5ta compuesta de los retazos vistos.
Es Contador, solo hace algunos trabajos que luego entrega, pero se obsesiona por las diferencias. Un centavo puede llegar a enloquecerlo.
Come siempre en las mismas horas, y el té es a las 6 en punto. Los cubiertos, tasas y vasos deben estar en un orden específico, guardando posición y rango.
Al cine va muy de vez en cuando, y solo si él sabe que la película es extraordinaria… e inglesa. Jamás viaja en taxi: por el costo, porque maneja un desconocido y por la falta de limpieza.
Cuando va al banco a cobrar la pensión de su madre, nunca lo hace por el mismo camino, ni en la misma hora, hizo una estadística de robos a bancos y llegó a la conclusión que se incrementan en días lunes a las 11 horas. Ese día y hora los quitó de su almanaque.
Cada vez que tira algo que escribió o un papel que lleve su nombre, lo divide en 4 y a cada cuarto luego de hacerlo picadillo lo tira en una bolsa de residuos distinta, cada día solo saca una, de tal forma que nunca nadie pueda recomponer el documento.
Siente temor de que lo sigan o lo roben, si ve alguien conocido cruza de vereda y camina más rápido.
En las noches se sabe que camina y camina en el edificio. ¿No se entiende? Sube y baja las escaleras de servicio y transita los pasillos de los otros pisos. Se pone alpargatas y ropa oscura, no quiere ser visto ni escuchado. A veces pega la oreja a alguna puerta escuchando las conversaciones que luego su madre comenta a algún otro vecino. Otras, escribe mensajes extraños en alguna puerta. O en pequeños papelitos que deja al pie de algún umbral. No se puede asegurar que siempre sea él, pero casi todos así lo sospechan.
Antes de salir mira que el encargado no esté en la entrada, ni tampoco algún vecino. Ya en la calle, su mentón desciende hasta casi tocar el esternón, y mueve sus ojos agudos con rápidos movimientos a ambos lados y luego abajo, en una fracción de segundo fotografía su entorno.
Dicen algunos que sale con un bolsito alguna noche, dicen algunos que en el baño de un bar se cambia, se pone una peluca y va a caminar a Recoleta. Ustedes saben, la gente habla por hablar.
Liliana Saslaver