Liliana SaslaverPintora

Anécdotas de Jujuy

Anécdotas de Jujuy

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Cuando se rompe el silencio…

 por un rato

 

Primera escala la ciudad de San Salvador, los caminos de acceso por el sur estaban cerrados por la policía, nos acercamos  y preguntamos, solo nos dijeron que siguiéramos a la ruta de la quebrada y desde el norte ingresáramos a la ciudad, eso sí, nos sonrieron con amabilidad y con gesto tranquilo.

¿Que le pasa a esta gente que está calma…? que nervios.

Hicimos lo que nos dijeron, pegamos la vuelta e ingresamos a la Tacita de Plata. Llegamos al hotel, el portón de ingreso está cerrado, afuera hay un grupo de gente esperando… no se que.

Se aproximó alguien al coche, luego supimos que era uno de los custodios del hotel, llevaba un celular muy moderno… y nos preguntó si éramos huéspedes, y nuestro apellido, lo transmitió por ese bicho tecnológico, y nos abrió el portón de acceso.

Ah, no les mencioné que este portero muy atento que nos hizo pasar  tenía unos 10 años y un físico pequeño, él era el encargado del acceso.

¿Cómo aquí no hay Patos-Vicas?

Al ingresar, nos enteramos que había un partido de futboll muy importante con River, nuestro equipo, y  para completar todo el plantel riveriano estaban hospedados en nuestro hotel. De más está decir que mi marido se enloqueció y me tuvo de fotógrafa con todos los que pudo sacarse.

El hotel queda en lo alto y tiene un parque con vista a la ciudad, desde allí disfrutamos de un atardecer precioso. Tomando algo en ese parque silencioso, aprovechamos para empezar a bajar tensiones, de esas que traemos siempre de Bs. As., que nos mantienen contracturados y nos hace hablar rápido.

Comenzamos a mirar…observando y a escuchar….oyendo. Parece mentira, veníamos medios ciegos y sordos sin saberlo.  Al rato de estar en silencio mi marido dijo:

Lily ¿escuchas?

Le pregunté:

¿Que?.

Y me respondió:

Pues que no se escucha nada!!

Para no olvidar ese momento saqué la primer foto ( y seguí, y seguí).

 

 

Un policía orgulloso

 

El NOA es un sueño de rocas, cactus, adobe y piedras, el viento del norte, caliente y polvoriento acompaña el paisaje. No llueve hasta mas o menos Noviembre, y dura poco tiempo, los ríos ausentes dejan solo su huella de haber pasado hace tiempo, las lagunas dejan una pisada barrosa.

En ese viaje llegué a Jujuy afines de Setiembre, un mes con características especiales, y por ende su propio encanto. La noche fresca y el día muy caluroso. En la mayoría de los caminos el paisaje se coloreó con preciosos árboles de flores rojas, o de amarillo intenso. Caminos para disfrutar entre curvas, subidas y bajadas.

Salimos del aeropuerto con coche alquilado, y en la ruta a la quebrada nos paró un policía, y pidiendo documentos, dijo:

“¿Vienen de Salta?”

Le respondemos que no que el coche lo alquilamos en Jujuy….entonces sonrió, ya no hizo falta que le mostráramos los papeles, con alegría en los ojos y con orgullo de su tierra nos dijo:

“Cuídense, y que tengan un buen viaje.”

Claro… como en la mayoría de los casos los turistas paran en Salta, dejan allí el dinero, y luego visitan Jujuy….como si no pasaran a otra provincia. Más aún dice: “voy a Salta, a la quebrada de Humahuaca.”

Al regreso y ya hacia el camino de cornisa a Salta, nos volvió a parar el mismo muchacho, lo observé con más detenimiento, pelo corto, unos 22 años, uniforme prolijo y bien planchado. Nos paró, al reconocernos nuevamente, no nos pidió documentos, solo nos preguntó:

“¿Les gustó, cómo la pasaron, van a volver?

Lógicamente respondimos:

Sí claro, fue maravilloso, volveremos.

 

 

Siempre hay algo que aprender

 

A la entrada a la Quebrada visitamos Volcán, un pueblo muy chico, pero allí hay algo interesante, en los galpones del ferrocarril se arma una exposición permanente de artesanos, los coyas se turnan y una vez por semana, más o menos, dos o tres se ocupan de vender las medias, ponchos, especies, carteras, y demás artículos, algunos tejidos a mano y otros en telar, también hay una exposición de pintores de la zona, es chiquita, exponen unos cuantos trabajos, muy lindos y coloridos. La iluminación es a energía solar, a diferencia del viaje anterior, la señora que cocinaba cosas del norte no estaba, y con ella su cocina, su heladera, mesitas y vino regional. Nos tentamos con tejidos y algunas artesanías y salimos a buscar donde comer.

El pequeño pueblito tiene unas veinte casas, y una parada para los micros que van de paso.  Era el mediodía, no se veía a nadie, salvo  una casa abierta, algunas mesas con manteles de hule a cuadros y unos pocos hombres comiendo.

Teníamos hambre, y la pequeña fonda era lo único abierto. Caminamos hacia el lugar respirando un poco de viento terroso.

Al entrar, vimos en una mesa una mujer de mediana edad, que resultó ser la dueña, estaba con su hija y sus dos pequeños nietos. La niña de unos 8 años, con trenzas largas y una lanas de colores atadas en las puntas, el varoncito, con pantalón de campo, cabello lustroso, de unos cinco años más o menos.

En otra mesa dos hombres, tomando sopa y comiendo pan, el resto eran cuatro mesas vacías.  Ocupamos una, vino la señora más grande, le pedimos comida regional. Nos ofreció sopa y pollo con papas. Preguntamos por tamales, respondió que habían, pero nuevamente nos insistieron que comiéramos pollo con papas, o sopa. Sin entender reiteramos nuestro pedido, finalmente lo aceptó, y se fue hacia la cocina.  Esperamos un rato comiendo pan casero y mirando a los chicos que hablaban con su mamá.

Regresó la dueña con dos platos con tamales humeantes, los abrimos comenzamos a comer, por fuera quemaban, por dentro estaban congelados, comimos lo que pudimos mirándonos, sin decir nada, después de todo, nosotros habíamos insistido en pedirlos, cuando nos ofertaron otra comida recién hecha.  Tapamos con las hojas de chala lo que quedaba para no ofenderlos. Pedimos queso y dulce, y café.

Mientras transcurría nuestro almuerzo escuché a la mama de los chicos, que frente a la insistencia de ellos por salir a jugar, les contestaba que no.

Yo sonreí mientras le decía a mi esposo 

“-¿Qué raro? ¿porqué no los deja?. Afuera no hay nadie, ¿Qué peligro puede haber?

Aquí no es como en las ciudades donde sí hay que cuidarlos.-“

Terminamos de comer, pagamos y al salir con curiosidad, le pregunté a la mujer que nos atendió, cual era la razón  por la que la hija no dejaba salir a los niños.

Me miró como sorprendida por la pregunta, y tras suspirar me explicó:

“ -Cuando viene el viento vuelan las chapas de los techos, y ellas se han llevado al otro mundo a más de uno.”

Le agradecí por responderme, saludé a todos y salí avergonzada de haberme reído sin saber.  Cometí dos errores de porteña recién llegada.

 

 

Un vendedor y su contador en medio de las montañas

 

Cuando llegamos a Purmamarca, paramos en una posada, un hospedaje de 8 cuartos.

Junto a la casa chata de paredes blancas corre un arroyo entre las piedras, el agua es el sonido de fondo, a veces acompaña el  rugir del viento. Al amanecer los pájaros del lugar también cantan y se forma una pequeña orquesta de naturaleza viva.

La ventana de nuestro cuarto era el perfecto marco a la vista  de la montaña de los 7 colores.

En la tarde hicimos el camino de los Colorados, un circuito de cornisa que pasa por un área bastante amplia de montañas de un material blando, y de un impactante color rojo sangre.

 

El camino es de tierra, va en subida, como todo allí, de un lado montaña y del otro precipicio.  Algunos lo recorrían a pie, con zapatillas, gorro y cantimplora.   Cuando casi estabamos regresando, mi marido paró el coche y me dijo:

“Voy a subir allá, sacame una foto.”

Yo le contesté:

“Está bien andá tranquilo.”

Bajando del coche, me dí vuelta, ví a dos chiquitos, de unos 8 o 9 años, que se acercaban, uno llevaba un canasto de artesanías, los llamé e intenté charlar, eran morenos, de grandes ojos negros, el pelo corto, pulóver tejido a mano, vaqueros y zapatillas. Ambos bajaron las cabezas, levantaron los ojos para mirarme por tan solo unos segundos, no querían hablar, señalaron la canasta, quien la llevaba, la empujó hacia adelante  mostrándome el contenido: llamitas de madera, canastitos de semillas regionales, pancitos de cerámica. Elegí algunas cosas, mientras seguía intentando conversar, pera las respuestas eran monosílabos.

 

 

Cuando pregunté cuanto era, el vendedor giro la cabeza a su amigo, quien rápidamente hizo los cálculos  en un papel, le pague, contó el dinero y me dio el vuelto, actuó con la exactitud y seriedad de un contador.

En eso escucho un sonido bajo y lejano, miro hacia donde venía….era mi marido, estaba desde hacía un rato subido a unas montañas esperando le sacara la foto, ya me estaba haciendo señales de humo y sacudiendo los brazos. Y bueno,…. Los tiempos allá son otra cosa.

Esa noche cenamos carne de llama con Quinoa, tiene el aspecto de la vitina con gusto parecido al trigo integral, muy rico.

 

En la mañana siguiente nos preparamos para ir a la cuesta de Lipán, desayunamos poco, y llevamos unas aspirinas y agua mineral,  pues debíamos subir 4100 metros más o menos. Como todos los días de la quebrada, hacía un hermoso día de sol.  Salimos a la ruta, curvas, subidas, y mas y mas curvas y subidas, la ruta  como permite el paso a Chile (paso de Jama) es asfaltada y de doble mano. Así siguió el trayecto: subidas,  más subidas y el abismo.

 

 

Fotos a mi… No

 

En el camino  vinos ovejas, llamas, vicuñas.

 

Una señora coya estaba a la vera del camino. Nos detuvimos, la saludamos, le pedimos permiso para sacarle una foto, se la veía bella con su poncho, gorra y pollera larga y gruesa plisada,  me dijo:

Si quiere, sáquele a las ovejas, a mi no. 

Y bueno… le saqué la foto a las ovejas nomás….

Muchas personas de los pueblos originarios creen que en la foto se le puede escapar el alma, tal vez por eso no me permitió, o quizás porque simplemente no me conocía.

Más adelante nos encontramos con otro rebaño de ovejas, pero esta vez custodiadas por un perro, las hizo atravesar la ruta, su territorio habitual, ese que nosotros invadimos con el coche, como nos ladró molesto.

Seguimos hasta la Salina. De pronto, un mar todo blanco  a ambos lados de una ruta, la ruta de color asfalto pasó a ser negra. En la vera de la ruta para que no suba el salitre y arruine el asfalto, había granos de maíz.

Al salir del coche en busca de un poco de salitre bajamos a pie de la ruta y regresamos totalmente agitado, se sentía bastante la falta de oxigeno.

Vimos que hacían una especie de piletones para extraer la sal, que luego se vende, por entretenimiento hacen esculturas de sal y hasta mesas o bancos.

 

Todo a su tiempo

 

Luego de las Salinas  seguimos a Maimará y a Tilcara, en este último lugar almorzamos a eso de las 15hs., un salón muy grande, el dueño, la cocinera, el marido, el hijito y…nosotros. Todos nos mirábamos, nosotros con curiosidad, ellos  porque éramos los  forasteros. Comimos  queso de cabra, empanadas de carne queso y quinoa ( sí me gustó un monton).

De allí fuimos a la oficina de turismo, había una chica para atender, detrás nuestro entraron dos personas más. La empleada estaba hablando por teléfono y así siguió por un rato, luego salió a saludar a alguien, una vez más constaté que los tiempos y el orden de prioridades es distinto. Al regresar nos dio una fotocopia de un plano del lugar, preguntamos por una posada, pero la habían cerrado, saludamos y nos fuimos rumbo a la iglesia y la plaza local.

La plaza, como todas las de los pueblos de nuestro país, muy cuidada, limpia, prolija, con frondosa arboleda. Había una feria de artesanos, y se escuchaba música, era muy bella, con instrumentos de viento. Hacia allá fuimos, escuche cosas nuevas de artistas locales, y hasta a los Beatles tocados por instrumentos de viento, nos aprovisionamos de más música de la que amo y que me acompaña en los ratos que pinto. Una tarde más de sol radiante y temperatura agradable en la sombra, el viento a ratos jugaba con el pasto y nos tiraba remolinos de polvo.   Seguimos rumbo hasta el final de la quebrada de Humahuaca,  paramos en un hospedaje de nombre muy simpático · Camino del Inca.

 

Liliana Saslaverjujuy