Venía de hacer trámites con saco, camisa y corbata. La temperatura de 12º a la mañana, había subido a 25º, venía de viajar en el subte, antes de llegar a casa y ya traspirando, me detuve a sacarme el saco, y cuando me arremangué las mangas te ví.
Tirado junto al contenedor de basura, temblando y hecho un ovillo, te escondías y ocultabas tu cabeza perruna. Entre tu pelo corto, opaco y duro se veían manchas salteadas y una piel deslucida.
Cuando me acerqué te moviste y noté en tu cara la mirada perdida, parecía que no escuchabas el bullicio que te rodeaba.
Todos pasaban, nadie te veía, como casi siempre la gente estaba enfocada en sus propios pensamientos, me acerqué procurando no asustarte, no tenías fuerza ni para levantar la cabeza.
Ya estabas resignado a un destino casi ineludible.
Fui hasta el puesto de diarios de la vuelta, a ver si sabían de tu procedencia. Al doblar la esquina patiné, caí redondo sobre una cáscara de banana, me levanté tratando de acomodar la camisa, y juntando lo que se me había caído de los bolsillos le pregunté al diariero sobre vos. Dijo no saber y señaló al quiosquero y al portero que estaba parado por ahí, ellos tampoco te conocían, cuando les ofrecí dejarte con ellos todos dijeron que no. Pedí una soga, pensando en los retos de mi mujer te la até al cuello, te hice levanté, parecías pequeño allí arrollado, recien entonces descubrí tu gran tamaño. Un poco caminaste, otro poco descansabas, así de a poquito llegamos a casa.
En la mesada de la cocina solo había mandarinas, sentí tu mirada fija en ellas. En ese instante, a tí perro vagabundo te bauticé: Pancho Villa, no podías venir de otro lugar. Te llamé por tu nuevo nombre y te ofrecí los jugosos gajos. Los comiste con avidez, y poco a poco te fuiste calmando. Me dejaste sacar las pulgas y piojos.
Tu piel maltrecha, gris, negra, rojo sangre, se expuso descarnada a medida que te fui limpiando, te pasé un trapo con agua y jabón varias veces, mientras pensaba: “¿Cómo reaccionará Lily cuando llegue a casa? ,¿ella se enternecerá como yo? Si seguro que si”.
Lo miro a Pancho que se tiró a dormir agotado, y veo el desastre en que dejamos la cocina, pongo un poco de orden. Creo que podremos robar a la muerte una nueva víctima el día de hoy.
“Vení Pancho que te lavo un poco más y te doy un pan, eso sí cuando llegue Lily ponele cara de angelito desvalido.”
A pancho no lo pudimos mantener en casa más de un mes y medio.
Ya recuperado, tenía tanta fuerza que nos llevaba por la calle volando como barrilete.
Se lo dimos al encargado de nuestro edificio que tiene casa con terreno.
Allí trota feliz, aunque aprendió a preferir estar en la cocina junto al fuego.
Liliana Saslaver